Han pasado cuatro años y recuerdo como si fuera ayer escuchar a mi alrededor en la Puerta del Sol el sonido fuerte y claro de cientos de voces gritando juntas: «¡Que no! ¡Que no! ¡Que no nos representan! ¡Que no!…» Se hacía referencia a la clase política, a los que nos habían gobernado en el pasado y a quienes lo hacían en el presente, y que, aún siendo elegidos por la ciudadanía, sólo representaban en ese supuesto Gobierno democrático a los intereses económicos de las grandes empresas y a los ideológicos de las oligarquías de siempre. Pero ese «no nos representan» iba más allá. A la hora de hablar sobre el 15M, todas aquellas personas que nos encontramos en las plazas y en las redes teníamos muy claro que no representábamos a nadie: nuestra opinión, nuestro testimonio, nuestra perspectiva sobre lo que estaba pasando…, sólo nos representaba a cada una de nosotras. Y tampoco nos representaban aquellos eventos o actividades en los que se dijera que lo organizaba «el 15M» porque la heterogeneidad y la riqueza caótica de una no-estructura no se puede enmarcar en ningún colectivo específico. Perdería su sentido de inclusividad y apertura.
Al principio, a mí misma me costó entender la falta de representantes del 15M, la resistencia a la búsqueda de unos líderes que los medios de comunicación buscaban frenéticamente y se desesperaban al no encontrar. Unos medios perezosos y acostumbrados a una estructura jerárquica con la que interactuar. Me resultaba antinatural (hasta ese punto sistémico) que no se decidiera seleccionar a aquellas personas que mejor comunicaran las ideas del quincemayismo y pensaba que era un error porque no se conseguiría transmitir todo aquel mensaje complejo, importante y transcendente. Pese a mi crítica inicial, tardé poco tiempo en reconocer la virtud de esa falta de representación: cada persona representa un punto de vista único que es intransferible a todo un movimiento orgánico, vivo y cambiante. Sin líderes, no hay cabezas que cortar. La horizontalidad elimina mensajes simples que son más fáciles de transmitir, pero genera un campo abonado de heterogeneidad, abarrotado de ideas que se pueden llegar a organizar dentro de ese caos real. Eso es lo que caracteriza a un movimiento en red.
Puede que estemos de acuerdo en que, por muy interesante y enriquecedor que sea este «modelo 15M», no es escalable (al menos en las condiciones actuales) para dar un salto a lo institucional. Sólo una estructura vertical compite en el mundo de las instituciones. Y Podemos nace con esa ambición: hacer lo que hace la derecha en términos de partido, mensajes, objetivos, consignas y medios, pero desde una izquierda no disruptiva. O, como su secretario general dice, para “ocupar la centralidad del tablero” político. Más allá del error que veo en la indefinición o tibiedad de planteamientos de este partido, entiendo la estrategia de cambiar lo discursivo para incluir a un espectro de población menos politizado y que sigue sintiendo miedo (la parálisis social está muy vinculada con ese miedo histórico inculcado hacia la vida política). Según lo veo: nada de pedir permiso para entrar en esa arena sino asaltarla con el convencimiento del «vamos a ganar», recogiendo y transmitiendo emoción en positivo que proviene de una ciudadanía harta de los desmanes de unos dirigentes mediocres e inmorales.
Pero, ¿acaso queremos que los nuevos partidos nos representen?
Es cierto que la situación actual es crítica por muchos motivos: pobreza, desnutrición, paro, precariedad, desahucios,… Pero no deberíamos olvidar tan rápidamente ciertas consignas coreadas en estos años: “No nos representan” y “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” tienen un valor radicalmente democrático, ya que atribuyen a la ciudadanía la legitimidad y potestad para hablar y decidir por sí misma. También deberíamos tener presente lo que recoge el artículo 23 de nuestra Constitución: “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”. El que haya nuevos actores políticos en las instituciones no debería cambiar el deseo de participación en la vida política del resto de personas, y no deberíamos obviar el hecho de que aparezca en primer lugar la participación directa, por delante de la representación.
- El error es pensar que un partido (el que sea) nos debe representar más allá de como herramienta de entrada al sistema, viéndolo como un fin en lugar de como un caballo de Troya para sacar del poder, del que han abusado sin control y con el beneplácito de buena parte de la población, a los corruptos y los ladrones de nuestros derechos. Y todo ello con sus mismas herramientas: elecciones, votos, cargos…
- El error es creer en un partido y perder perspectiva y capacidad de análisis crítico, y resulta bastante triste ver defensas a ultranza de unas u otras siglas, enrocándose en el contenedor y no en lo contenido, impidiendo la creación de un espacio de debate necesario y enriquecedor, y repitiendo los mismos escenarios de confrontación irracional que vemos en la guerra contenida que supone el fútbol.
- El error es desear que alguien, que no seamos cada una de nosotras, nos represente, y haber vuelto a soñar con que ese ser extraordinario llegue a salvarnos «de los malos», eludiendo nuestra propia responsabilidad individual en la construcción de la democracia. ¡Ay!, esa tradición judeocristiana…
Ir a votar es importante y necesario para que, en lo institucional, se produzca un cambio que facilite el acceso de la ciudadanía al gobierno de lo que es de todas. Pero mi responsabilidad como ciudadana no sólo es la de votar a un partido distinto para que cambie una realidad llena de injusticias. Acabar con las desigualdades y que nuestra sociedad sea un lugar mejor para vivir requiere de un esfuerzo constante que no sólo se consigue en las urnas: no quiero ser representada sino que quiero estar presente y responsabilizarme de mi parte como ciudadana, sin tener que ser militante ni llevar un carnet de partido alguno.
Los partidos políticos (independientemente de la afinidad que sienta con ciertas personas que los integran) no me representan. No quiero que mi voz sea traducida por otras en los espacios públicos ya que sólo yo puedo representarme a mí misma y representar aquellos que son mis intereses. Prestaré mi apoyo a través de mi voto a aquellas iniciativas que creo que pueden abrir las puertas al resto de la ciudadanía a decidir sobre nuestro presente y futuro. Y (es muy importante este ‘Y’) seguiré trabajando cada día, mano a mano, con todas aquellas personas que entienden que la vida política es todo y que sólo en ese hacer diario está la posibilidad real de un cambio social profundo y duradero. Todas juntas luchando diariamente es únicamente como PODREMOS.
Bueno, no puedo sino decir que estoy de acuerdo en los planteamientos generales del artículo. Siempre me ha parecido que ceñirte a un partido, o ya puestos, a una ideología, es ceñir tu mente, vender tu alma, poco menos. Mejor, cada uno con lo suyo dentro de la cabeza.
Patricia, gracias por el post, con el que estoy de acuerdo, pero al que me gustaría aportar un granito de arena. La política que muchas aprendimos en el 15 m no se agotaba en negar la representación para afirmar la presentación individual de cada una en la política. Esa política pasaba también por llegar a acuerdos, tomar decisiones colectivamente sobre problemas planteados también colectivamente. Y en ese sentido, no era tan importante que todo el mundo tomara la palabra en cada caso, si no crear un contexto en el que cualquiera pudiera tomar la palabra, así, entre voces múltiples, y con mucha dificultad y esfuerzo, se iba formando una visión común sobre un asunto. Vaya, el famoso y problemático «consenso». Esa misma dimensión colectiva y plural a la que haces referencia, y en la que hacemos política en el día a día. Me parece importante no olvidar esto porque creo que tuvimos la oportunidad de aprender en la práctica que precisamente la representación no es lo opuesto a cada individuo dando su opinión sobre cuestiones políticas, sino a otra forma de la colectividad, ocultada e instrumentalizada por la representación. Qué te parecería esto? Saludos!